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En el blog se ha debatido largo y tendido sobre si se puede entender la numismática como una inversión y si ésta es rentable. Tras algunas entradas (una y dos) dedicadas al tema, creo que quien vea la numismática exclusivamente como un mercado en el que obtener beneficio económico lo mejor es que se retire y se dedique a otros mercados en los que sacará más dinero. Pero hoy quiero incidir en un caso muy particular: las inversiones en piezas realmente raras o de una calidad asombrosa. ¿Son rentables esas inversiones?

El consejo que suelen dar los comerciantes y también muchos aficionados es que se compren monedas de calidad, aunque ya di mis motivos por los que seguir esa práctica no es necesariamente una buena idea desde el punto de vista económico. De hecho, en mi opinión en muchos casos ese consejo atiende fundamentalmente a un conflicto de intereses entre el que quiere vender la moneda y el que la quiere comprar, puesto que comprando moneda de calidad se suelta más dinero y el comerciante, por lo general, gana más. Pero aquí no vamos a hablar de monedas de calidad, como puede ser un duro de 1871 (18-73) o un sestercio de Nerón curioso, aquí hablamos de monedas realmente raras, únicos ejemplares o los mejores conservados de su tipo. Esas que las mejores colecciones desearían tener.

Vamos a poner un ejemplo muy muy raro: un cuño castellano medieval. Antonio Roma, en su libro «Emisiones monetarias leonesas y castellanas de la Edad Media» indica que sólo hay un ejemplar conocido y está en manos privadas. Así pues, ¿cuál es el precio de ese cuño? ¿1.000 euros? ¿10.000 euros? ¿100.000 euros? ¿1.000.000 euros? Si decíamos que las monedas raras tienen precios muy volátiles, os podéis imaginar que una pieza única en su especie y que además nunca ha sido subastada tiene un precio extremadamente volátil.

Imaginaos que, por lo que sea, un comerciante se hace con ese cuño y se le convence a Enrique de que lo compre por 50.000 euros, precio que a mí me parecería razonable. El argumento que le da el comerciante para comprarlo es el siguiente: «es un ejemplar totalmente único. Ahora vale 50.000 euros, pero en cuanto esté en tus manos costará lo que tú quieras porque serás el único que lo tenga. Si aparece un ricachón caprichoso y quiere añadir a su colección un cuño medieval le podrás pedir lo que quieras por él, quizá cuatro veces más de lo que tú has pagado».

El argumento parece razonable, pero hay una cosa que falla: ¿cómo sabe el supuesto «ricachón caprichoso» que Enrique tiene ese cuño? ¿Acaso se va a anunciar? Justamente ahí es donde está el truco y es lo que va a hacer a Enrique perder dinero. Evidentemente, el ricachón no sabe ni siquiera de la existencia de ese cuño, y ningún comerciante va a decir a Enrique a quién vendérselo por cuatro veces más de lo que él ha pagado.  Más que nada porque si supiese quién lo pagaría más caro no se lo vendería a Enrique.

Ahora imaginémonos que Enrique, una vez que lo ha comprado, quiere venderlo. ¿A quién se lo vende? Hay muy poca gente que estaría dispuesta a soltar más de 50.000 euros por una pieza española, y conocer a esa gente es justamente lo que hace que un profesional pueda ganar dinero donde un aficionado no puede.  De hecho, Enrique no conoce ni siquiera a quién le pagaría 20.000 euros por ella. Bueno, sí que conoce a alguien: los museos públicos o las fundaciones privadas; pero para que esos te compren algo hay que tener contactos muy altos y hay que poder responder a los favores, algo que Enrique no tiene ni puede tener. Así pues, sólo quedan dos opciones: o se vende el ejemplar a otro comerciante o se subasta.

Cuando un comerciante compra una pieza de tal rareza lo que quiere es ganar dinero. Y ganar dinero él, porque las facturas no se pagan solas y su familia come de ello. Así pues, y teniendo en cuenta que el comerciante sabe perfectamente que Enrique no conoce a quién poder vender la moneda, el comerciante le ofrecerá a Enrique en torno a un 20% de lo que él pueda sacar en la venta. Es decir, que si él estima que otro coleccionista que él conoce se la puede comprar entre 35.000 y 70.000 euros, le ofrecerá a Enrique 10.000 euros por ella. Si os parece poco pensad varias cosas: el comerciante tiene un conocimiento muy escaso (contactos que se la puedan comprar) y ese conocimiento hay que pagarlo; además, es posible que él no lo sepa, pero conozca a otro comerciante que sí, y tenga que repartir el beneficio con él; por último, no deja de ser arriesgado, puesto que si no encuentran comprador quizá tenga que retener la pieza durante meses o años, y un comerciante necesita dinero líquido para manejarse.

La segunda opción sería subastar la moneda y que se la lleve el que más puje. La casa de subastas no está ahí para incluir el cuño de Enrique en su catálogo y no sacar ni un duro de él, lo que quiere es que se venda, así que le pondrá un precio de salida muy bajo. Luego puede ocurrir que apareciesen dos coleccionistas caprichosos y se picasen pujando; pero es muy raro que pase. También puede ocurrir que haya una remate «razonable» (digamos entre 20.000 y 40.000 euros) y Enrique reciba lo del remate menos lo que se lleva la casa de subastas. Por último, también puede ocurrir que se lo lleve el mismo comerciante de antes por los 10.000 euros que estaba dispuesto a pagar y Enrique se lleve un 36% menos de lo que le daba en privado. Sólo en el más raro de los tres casos Enrique ganaría dinero; lo normal es que lo pierda. Y bastante.

De igual manera que he puesto ese ejemplo, puedo poner el duro siguiente, que se remató en Vico por 12.500 euros hace ya dos años:


Una preciosidad de duro, posiblemente el mejor ejemplar que se conozca. Pero si lo tuviese en mis manos me costaría encontrar quién me lo comprase por 2.000 euros.

Para finalizar quisiera incidir en un pequeño consejo que di hace un tiempo: «compra sólo las monedas que seas capaz de vender por el mismo precio a medio plazo». Está claro que hay que saber mucho para poder manejarse con piezas de semejante rareza o de semejante calidad; para eso hay que ser, como mínimo, un comerciante profesional.

El otro día escribí una entrada sobre la arrogancia como estrategia de márqueting, incluyendo algunas experiencias personales que fueron completadas por las experiencias que otros compañeros incluyeron en sus comentarios. Parece que todos estamos de acuerdo en que muchos comerciantes numismáticos en España no se caracterizan precisamente por su humildad, y muchas veces el trato al cliente llega a ser desagradable. También parece generalizada la opinión de que si un comerciante cuida al que empieza y le asesora correctamente, es muy probable que ese aficionado siga siendo su cliente según vaya aprendiendo más y se vaya metiendo en monedas más caras. Pero ¿realmente es así? Sinceramente, yo tengo serias dudas de que asesorar al cliente sea una buena estrategia comercial.

Os pondré un par de ejemplos:

El otro día me acerqué a Bath (os comentaré la visita con más calma en otra entrada) y allí me encontré en un mercadillo un tenderete de té. A mí me encanta el té inglés (junto con la parstinaca es lo único que me gusta de la cocina inglesa que no tenemos en España) pero soy un auténtico novicio y no sabría decir qué té me gusta más que otro. El tendero al verme me dedicó unos cuantos minutos y estuvimos charlando sobre té. Resulta que su familia lleva tres generaciones dedicándose a la venta de té, así que os podéis imaginar que sabía una barbaridad. Me sacó un montón de variedades diferentes para que las oliera y me estuvo explicando cómo se hacen los diferentes tipos de té para poder extraer bien todo su sabor. Aprendí un montón.
Como el precio era razonable, le compré una caja para probarla y quedé con él en que si me gustaba le compraría más porque vende a través de Internet (ésta es su web) y me lo puede mandar tanto a mi dirección en Inglaterra como a España. Conmigo se ganó un cliente y pienso comprarle de forma habitual (el té que me vendió está buenísimo).

En Valladolid hay una tienda de juegos de rol y frikadas variadas. A mí no me gustan ese tipo de juegos, pero suelo regalar juegos de mesa o juegos de carta sencillos porque son regalos baratos, socorridos y originales. Al tipo de la tienda le considero tanto un experto en juegos como un enamorado de los mismos. Es impresionante: sabe jugar a todos los juegos que tiene en la tienda, y no habrá menos de 200, algunos con una temática muy compleja. Le das un presupuesto de 10 euros para arriba, le dices el perfil de la persona a regalar y te saca tres juegos que encajan. Yo he probado para regalar a un niño de 5 años, a una chica de 14, a una mujer de 30… siempre he acertado. Además, el tipo monta campeonatos y tiene mesas donde los frikis de Valladolid van a jugar o a pintar sus miniaturas. Si tienen alguna duda o quieren algún consejo, ahí está él para atenderles. Pero lo que me sorprendió es que tiene un cartel que pone: «Si juegas en mi tienda ¿por qué no compras en mi tienda?».

Son ejemplos bastante sencillos de un cliente que valora el asesoramiento. Va a comprar un producto y como ve que el asesoramiento es muy bueno no se anda con historias de regateos ni piensa si en un supermercado va a sacar el mismo té 20 céntimos más barato o el juego por 2 euros menos. Si lo he escrito bien, seguramente estaréis pensando en situaciones en las que vosotros mismos habéis actuado de forma semejante y habéis valorado el asesoramiento. Ahora es la pregunta dura: ¿esas situaciones son a la hora de comprar una moneda?

Personalmente, me he encontrado con muy pocos coleccionistas que realmente valoren el asesoramiento. No hay más que ir a un mercadillo y ver al personal dando conversación a los comerciantes y éstos intentando quitarse a esos «moscones» de encima. Unos pueden decir que los comerciantes son unos tal y unos cual, pero si lo pensamos dos veces es normal: ellos no están en el mercadillo para pasar la mañana, ni para hacer amigos ni porque les guste la numismática. Los comerciantes profesionales están para ganar dinero, más que nada porque su familia no vive del aire y porque su negocio tiene unos gastos todos los meses. Así pues, si alguien va un día, le explica cosas, le responde a sus dudas, le intenta orientar y luego el cliente se va sin comprarle nada, es normal que al día siguiente (o al siguiente) no quiera ni dirigirle la palabra. ¿Para qué va a asesorar a una persona que no valora su asesoramiento? ¿Para qué va a estar orientando a un tipo que luego se va a comprar las monedas a otra gente porque se las ponen un poco más baratas? ¿O es que también tiene que poner un letrero como el de la tienda de juegos?

Entonces aquí es donde yo hago la crítica a los aficionados: si valoras el asesoramiento, compra a quien te asesore, y si no lo valoras no te quejes de que no te asesore nadie porque no lo estás incentivando. De igual modo, si a priori estás pensando en que no le vas a comprar a un vendedor, no le hagas perder el tiempo porque él está trabajando. Me imagino que muchos profesionales hayan salido hartos de la situación y de dar explicaciones de más a quienes no les dejan un duro (por no hablar de casos como éste y éste) y su reacción sea centrarse en los aficionados que vengan ya aprendidos y que me dejen dinero de verdad. No digo que sea una buena estrategia, pero desde luego es mejor que la de perder el tiempo con quien no les compra ni una pieza.

No quisiera que veáis esto como una crítica a los lectores del blog. Si bien es cierto que vendo alguna que otra moneda que tengo repetida o que he comprado en un lote y no me interesa, no soy ningún profesional ni pretendo ganarme la vida con esto. Me considero un aficionado más y estoy en la numismática porque me gusta. De hecho, aunque el blog tiene bastantes visitas no tiene ningún tipo de publicidad porque su ánimo no es el lucrarme, sino que todos aprendamos con él. Al menos yo aprendo un montón.

Ahora os cuento una anécdota final:

Hace unos cuantos meses leí en el foro de Imperio Numismático a un usuario que estaba buscando unas carteras PROOF por unos 220 euros. Yo las tenía y le escribí un mensaje diciendo que se la dejaba en 200 euros. Entonces va el amigo y me dice que si yo se la dejaba en 200 euros seguramente la podría encontrar un 20% más barata en una casa de subastas, que es de donde sacaba yo las monedas según había leído en el blog.

No voy a hacer comentarios sobre la ignorancia del colega porque darían para otra entrada (básicamente porque las casas de subastas son de todo menos baratas), pero la cuestión es la actitud que presenta. Parece que me está llamando gilipollas justamente por asesorarle gratuitamente. Estoy seguro que más de un profesional de los que ofrecen asesoramiento «gratuito» se ha sentido así alguna vez.

Las monedas de la entrada son tres tipos diferentes de los 10 céntimos de la Segunda República Francesa. Se van a subastar en la casa Monnaies d’Antan y salen por 150, 150 y 120 euros respectivamente. Los 10 céntimos franceses del siglo XIX están entre mis series favoritas.

Una de las características que más detecto entre los comerciantes numismáticos españoles (no tengo experiencia en otros países) es su falta de humildad. Como pasa siempre, no es que se pueda generalizar, porque me he encontrado comerciantes que no son nada arrogantes, pero como norma general creo que es una característica bastante compartida. Como ejemplo, os indicaré tres experiencias que me han pasado a mí mismo.

VENDEDOR 1:

Un día, estando en el mercadillo de Madrid me puse a hablar con un comerciante al que catalogo de entendido y envidiado. Al decirle que estaba buscando sobre todo monedas de Franco me dijo que él era el más entendido en la numismática franquista de toda España. Y que de la moneda que estaba buscando yo (1 peseta de 1953 (19-61)), él tenía 17 cartuchos en casa. Para quien no se haga una idea, cada cartucho puede costar perfectamente 1.500 euros.

Un par de años más tarde, con ese mismo vendedor en el mismo puesto del mismo mercadillo, le compré un libro y hablé un poco con él, diciéndole que tengo un blog en el que cuento «cosas sobre numismática». Él no sabía lo que era un blog, pero como era algo relacionado con Internet me dijo que tengo que conocer su web (no voy a poner cuál es) porque es «la primera web de numismática de España, porque la abrió en el año 1998» y que «desde entonces ha tenido 125.000 visitas». Concluyendo que «eso sólo lo tienen las casas de subastas más importantes». Para que os hagáis una idea, últimamente éste blog tiene 25.000 visitas al mes, así que en 5 meses tengo tantas visitas como este hombre en 13 años, y eso sin realizar en el blog ninguna estrategia para maximizar visitas. Cuando le comenté que lo mío es diferente, que yo no vendo nada y sólo escribo cosas que creo que interesan a la gente, me dijo con cierto tono despectivo que «eso es para quien tiene tiempo».

VENDEDOR 2:

Cuando empezaba en esto de la numismática me acerqué un día al despacho de un profesional muy conocido en España. Estuvimos hablando un buen rato y yo salí de allí con los ojos como platos. Me enseñó piezas de oro que no había visto en la vida, duros de plata en perfecto PROOF (pocos así he vuelto a ver). Simplemente le compré un par de duros de plata que me costaron 35 euros, lo cual es todo un desembolso para un estudiante sin más ingresos que su propina. Pero salí con la idea de que yo estaba 10 divisiones por debajo de aquel hombre, que él sabía muchísimo más que yo y que estaba acostumbrado a hacer transacciones de miles de euros a diario.

Años más tarde fui a su despacho a comprarle un par de columnarios, y ya que estaba allí le compré otro par de piezas y en total pasaron de mi bolsillo al suyo unos 600 euros. En la conversación él me seguía haciendo ver que aquello eran poco más que baratijas, nada importante. También me ofreció otra pieza de más precio y le dije que no porque acababa de hacer «una compra importante». Me preguntó que de cuánto y le dije que de 4.000 euros. «¡Hombre! ¡Yo pensaba que me ibas a decir que habías comprado 50.000 euros en monedas o algo así!», respondió.

VENDEDOR 3:

En el mercadillo de Madrid me acerqué a un vendedor y le pregunté cuánto costaba una peseta de 1905 con ambas estrellas pero en calidad BC+. Me dijo que 400 euros, a lo que yo le devolví la moneda y le dediqué una mirada inconsciente. «No me mires con esa cara, que hay monedas que valen 1000 euros y más», me dijo, haciéndome de menos delante de sus otros clientes. Mi respuesta fue que yo tengo monedas que valen más de 1000 euros y que si una moneda vale 400 euros no me importa pagarlos, pero que yo tengo una peseta de 1905 con ambas estrellas y mejor que esa y si quiere se la vendo por la mitad. Su respuesta la dijo bien alta para que le oyeran el resto de los clientes: «¡Ahora me vas a venir a enseñar a mí! ¡que cuando estabas naciendo yo llevaba 20 años vendiendo monedas!«.

A los dos primeros vendedores les considero buenas personas y profesionales honrados. Por eso les compro monedas de forma más o menos habitual. Pero desde luego la humildad no parece estar entre sus virtudes, y la razón es que esa aparente arrogancia no es más que una estrategia de márqueting. Me explico:

Lo que ambos vendedores intentan hacer (claramente uno mejor que otro) es que el cliente les admire. Si el cliente les considera «expertos» y que están «muy por encima de él» no pensarán de forma crítica lo que ellos le digan. Es el mismo motivo por el que el pueblo llano no rebate los argumentos de los físicos teóricos (aunque muchas veces ellos no tienen ninguna evidencia física para apoyarlos): simplemente consideramos que para poder discutir hace falta saber mucho más de lo que sabemos. Pues aquí lo mismo pero con dinero por el medio. Así, el día que un vendedor le diga a uno de sus «clientes admiradores» que comprar cierta pieza por 500 euros es un chollo, su cliente se lo creerá y posiblemente suelte el dinero.

Pero además, la actitud del segundo vendedor fomenta una práctica peligrosísima que ha hecho perder bastante dinero a muchos coleccionistas (y ganarlo a muchos comerciantes): nos creemos que el que más gasta es el que más sabe e incluso hay veces que parece que el que gasta más tiene derecho a mirar por encima del hombro al que menos gasta. Es muy curioso cómo en los mercadillos muchos chulean de las compras más importantes que han hecho y las repiten una y otra vez, simplemente porque se piensan que por tener 10 onzas de Carlos III son más listos que quien no las tiene. De eso hay muchísimo, y es un bucle que se retroalimenta: se chulea de las compras, se genera envidia en los que no tienen esas monedas, esa envidia genera una necesidad de compra que cuando se materializa pasa a ser un acto de chulería y vuelta a empezar. Así, ocurre que hay gente que por querer autocreerse buenos coleccionistas se meten en monedas de alta calidad sin conocerlas lo suficiente, y es entonces cuando pierden dinero.

Ya veis que con esta actitud la idea del comerciante es que siempre el coleccionista considere que ellos siempre están por encima y que siempre crea que para cuando el coleccionista va el comerciante ya ha vuelto. Cualquier cosa que haga o tenga el coleccionista, el comerciante lo va a echar por tierra. Da igual que la compra que le comenté al segundo vendedor fuese de 4.000 euros (estoy seguro de que el 80% de los aficionados nunca han gastado más de 4.000 euros en una sola compra), si hubiese sido de 40.000 él me hubiese dicho que pensaba que le iba a decir 500.000. Da igual que yo tenga una web de numismática, la suya es la primera, la que más visitas tiene y la mejor; y cuando es evidente que no es así lo desprecia diciendo que es «para gente que tiene tiempo» (como si atraer a 25.000 potenciales clientes al mes no mereciese parte de su tiempo).

El caso del tercer vendedor es diferente porque es el típico carero en busca de novatos a los que clavarles. Como sabe que no tiene razón no le queda otra que acudir al argumento ad hominem (en este caso aprovechando que soy joven) para que el resto de clientes no se den cuenta de qué clase de vendedor es. Cualquier persona que tenga una opinión propia no le interesa, sólo quiere a clientes ignorantes para poder engañarlos fácilmente. A esa gente mejor ni acercarse.

Hace unos meses una vecina se puso en contacto con Enrique porque tenía un duro de plata de Amadeo I. Se quería hacer con él un llavero y quería que lo viese antes Enrique por si acaso valía mucho.  Enrique lo examinó y para su sorpresa… ¡¡se trataba del duro 1871 (18-73)!!.

Tras la emoción inicial de que aquello pudiera ser cierto, Enrique se pasó por este blog para comprobar si la forma del 3 era exactamente igual a la que hace poco menos de un año había descrito Adolfo. Se parecían mucho; mucho mucho. Tanto que Enrique no podía ver diferencias significativas. Ante tal situación más de un chollero lo que hubiera hecho sería haber pegado el cambiazo a la vecina: ya que la mujer ni siquiera sabía que en una moneda hay estrellas, con darle un duro de 1871 (18-71) para que se haga el llavero hubiese servido. Pero Enrique es un tipo muy honrado… y se pasó de honrado: le dijo a la vecina que aquél duro podía ser valioso, le explicó lo que eran las estrellas y los numeritos que aparecen en ellas y que hacía falta que lo viese un profesional para autenticarlo. En definitiva, cayó en el error de regalar lo que sabía.

Ante tal situación la vecina le dijo que autenticase la moneda y en caso de ser buena acordaron un precio. No voy a decir la suma, pero aseguro que es más de lo que yo pagaría (hoy por hoy) por ese duro en una subasta pública. Vamos, que estaba muy muy bien pagado; rondando el doble de la mejor oferta que podría encontrar la señora con un profesional.

Así pues, se fue Enrique con el duro a autenticarlo y lo vio un profesional de su ciudad, quien, previo pago, le aseguró que el duro era auténtico. Se fue contento a casa Enrique y cuando se lo dijo a su vecina, resulta que ésta sacó la zorra que llevaba dentro y dijo que el duro era de su padre y que visto que podría valer dinero preferían no venderlo. ¿Os podéis imaginar el cabreo de Enrique? Exactamente el mismo que tuvo en esta otra situación, y ambas veces por haber cometido el mismo error.

Cuando pasó esto se volvió a poner Enrique en contacto conmigo y me contó la historia. Yo le dije que tranquilo, que la señora volvería porque no iba a encontrar una oferta semejante ni aunque dedicase 1000 horas a la venta. Y efectivamente: volvió. Le dijo que claro, que es que su padre… que si resulta que… y se le escapó eso de que «además ahora no tengo tiempo para buscar compradores». Claro, como que no hubieses ido a hablar con gente que te ofrecían 10 veces menos que Enrique.

Pero para entonces Enrique ya estaba preparado. Una alternativa a seguir hubiese sido abrir la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y decirle bien claro que se podía meter el duro por el culo. Pero Enrique fue más pragmático y, poniendo la escusa de se había gastado el dinero que tenía reservado para el duro, resulta que ahora su oferta era considerablemente menor: un poquito por encima de lo que él estimaba que sería la mejor oferta que un profesional iba a hacer por ese ejemplar. Que, por cierto, es el ejemplar de las fotos y ahora descansa en la colección de Enrique.

Esta tarde Alfonso Romero hizo la siguiente crítica a esta humilde bitácora:

…»visto desde fuera y tomado el blog en su conjunto, lo que se aprecia es un intento de descalificar al vendedor profesional de tipo privado (describiendo con cierta frecuencia las clases de jugarretas que pueden hacer al coleccionista) en beneficio de las casas de subastas, que según el blog nunca se la juegan a nadie (algo de todo punto falso pues quien esté libre de pecado que tire la primera piedra). En mi opinión si se quiere dar una imagen objetiva de este mercado hay que decir lo bueno y lo malo de todos los canales, no lo bueno de unos, lo malo de otros y a comparar pues esto sólo tiene un nombre: manipulación.
Que conste que, sinceramente, pienso que esto no lo haces adrede. Suele pasar que el que está «pariendo» un trabajo de tipo literario necesita que lo lea alguien imparcial para que vea la obra desde fuera, apreciando así errores que el que está dentro de la obra, sumergido hasta las trancas en sus complejidades, pasa por alto precisamente por carecer de esa perspectiva «desde afuera». También quiero agregar que esta opinión no es solamente mía sino de bastante gente (tanto comerciantes como coleccionistas) con la que he hablado del tema, por lo que quizás pueda serte de utilizada conocerla».

¡Tela marinera!

Ciertamente es algo que ya me habían insinuado en otras ocasiones pero la crítica se ha debido endurecer después de la última entrada. Alfonso sabe bien que no intento ser imparcial ni tampoco quiero manipular nada, prueba de ello es que en este blog no hay ningún tipo de publicidad para que mis opiniones no se vean condicionadas (evidentemente no se puede criticar a la empresa o el sector al que estás publicitando), porque ofertas ya he tenido.  Otra cosa que me extraña es que se hable de mí entre profesionales ¿tanto impacto tengo?

Los que me seguís desde hace tiempo ya sabéis que soy defensor de las subastas numismáticas y que son a las que considero el referente del mercado. Además, creo que son las grandes desconocidas por los aficionados principiantes: todo el mundo sabe que hay comerciantes que les proporcionarán monedas, pero muchos no saben que están las subastas especializadas. De hecho, unos cuantos me han escrito diciéndome que el mayor descubrimiento que han hecho gracias al blog es justamente ese: las subastas.

A pesar de ello, creo que es justo dedicar una entrada a reflexionar un poquillo sobre el papel que juegan los comerciantes profesionales en el mercado y las bondades de las compras privadas. Entiéndase por «comerciante profesional» no un tipo que le gusta la numismática y compra y vende de vez en cuando o con cierta frecuencia, ni tampoco aquél que se agarra una mesa plegable e improvisa un tenderete en la Plaza Mayor. Quiero decir una persona que se dedica excluvisamente al comercio numismático (o al menos de bienes materiales), que es su forma de vida: vive de ello y por ello paga unos impuestos.

El valor añadido que tienen estos comerciantes profesionales es, fundamentalmente, conocimiento de mercado. Conocen bien el mercado en el que se mueven, las monedas que compran y venden, a los diferentes profesionales y a coleccionistas… Por otra parte, lo que venden al coleccionista son, en mi opinión, tres valores:

 Confianza. Este, sin duda alguna, es fundamental. Cuando compras a un profesional debes estar seguro de que la moneda es auténtica y te puedes ir a casa tranquilo. Te llevas tu moneda junto con tu recibo y (posiblemente) un certificado firmado por el profesional autenticando la misma, la dejas en tu colección y no te quita el sueño pensar que pudieran haberte timado.

Asesoramiento. Quizá este es el que menos se valore, pero también lo veo importante. Acudir a un profesional y preguntarle si es preferible enfocar tu colección de tal o cual manera es un valor estupendo que hay que apreciar. En este sentido el profesional debe conocer a sus clientes y debe saber qué monedas recomendar a cada uno. Vender monedas no es como vender cebollas en la Plaza de Abastos, sino más bien como hacer un traje a medida del consumidor.

Conocimiento. Es otro de los puntos que no se valora y que nos pensamos que es gratis.  Muchas veces en una charla con un profesional se aprende más que habiendo leído tres libros. Sentarte tranquilo al lado de una persona que entiende mucho más que tú, poderle hacer preguntas sobre cómo valorar ciertas monedas, sobre si es buen momento para comprar cierto tipo de monedas o no, sobre el contexto histórico en el que se enmarca la pieza que le estás comprando… todo eso se debe valorar y pagar.

Ahora bien, si comparamos a este profesional con un pirata que te llama la atención desde una farola diciéndote que te deja no-sé-qué moneda muy barata… pues hombre, te puede salir bien o te puede salir mal, pero es evidente que con el pirata corres más riesgos, como bien dice Luis. Igualmente, si se compara al profesional con una casa de subastas veremos que en el primer punto la casa de subastas da tanta garantía o (en mi opinión) más que un profesional en una venta privada, pero el segundo y el tercer punto son valores inexistentes en una subasta.

En cuanto a sus márgenes de beneficio, ya se ha comentado por el blog y nos lo ha corroborado Luis: intentan que ronde el 100%, es decir, que buscan pagar por una pieza la mitad de lo que piden por ella al venderla (evidentemente esto es en monedas «normalitas», no en rarezas ni en chatarra). Esto puede parecer mucho si se compara con  las cargas en las subastas numismáticas, donde rondan el 35%, pero no por ello comprar una moneda en una transacción privada va a ser más caro que comprarla en una casa de subastas. De hecho, a priori se pueden encontrar mejores precios entablando relación con los profesionales que acudiendo exclusivamente a casas de subastas. La razón ya la indicamos hace tiempo. Por otra parte, es evidente que si un profesional tiene que dedicar tiempo en comprar la moneda, tasarla, encontrar cliente, asesorarle y vendérsela, todo eso hay que pagarlo (recordemos que no es su afición, sino su profesión); también hay que tener en cuenta que el profesional paga sus impuestos, así como su Seguridad Social, un local con todos los gastos que acarrea… y le tiene que dar para sacarse un sueldo. No nos quejemos.

Por último, quisiera poner un par de ejemplos: una vez un comerciante amigo mío mandó a una casa de subastas una moneda valorada en 500 euros por la casa de subastas y con un precio de salida de 425 euros. Como no se vendió se la devolvieron, y al poco tiempo me la ofreció a mí por el precio de salida menos un 20%, que es lo que le iba a cobrar la casa de subastas. El segundo caso es que Enrique me dijo que el director de una conocida casa de subastas española compró una moneda por 5.000 euros en una transacción privada entre profesionales y luego la sacó a subasta por más de 20.000 euros de precio de salida (no diremos cifra exacta para no dar pistas), así que hay veces que las subastas también cuentan con márgenes más que envidiables.

Con todo, y para que os hagáis una idea, en torno al 80% de las monedas que hay en mi colección provienen de transacciones privadas. Algunas de esas monedas ilustran la entrada.

Finalmente quisiera hacer un apunte que va más allá de la temática de la entrada. Como habéis visto, Alfonso hizo una crítica muy dura al blog, pero es una constructiva, donde me da su opinión para poder mejorar el blog. Cualquier crítica en este sentido será muy bienvenida, da igual que provenga de una eminencia sobre la numismática o de alguien que acabe de empezar. No me voy a tomar ninguna opinión a mal al no ser que sean insultos o amenazas (que también ha habido, no os penséis). Así que espero vuestras sugerencias para poder mejorar el blog en la medida de lo posible.

Los que seguís desde hace tiempo el blog ya sabéis que he dado ejemplos de gente que se pasa de lista e intenta atracar a quien tiene por delante (1 y 2) y también he mostrado cómo han conseguido timar al personal. Lo que nunca he dicho, porque no creo que sea un buen consejo, es esa de: “son todos unos estafadores, cómprame monedas a mí (o a mi primo) y ya verás lo bien que te va”. Creerse una de esas es la forma más rápida de meterse en la boca del lobo.

Enrique conocía a un coleccionista principiante con el que tuvo bastante relación durante una temporada. Enrique le consiguió algunas monedas y el otro coleccionista parecía muy contento, hasta entablaron cierta relación personal. Pero de repente Enrique no supo más de él y eso que le llamó varias veces.

Varios meses después se lo encontró de casualidad y resulta que el coleccionista casi no quería ni hablarle. De repente, en un ataque de sinceridad va y le salta que le había estado engañando durante un tiempo pero que ya no más y que pasa de él. Ante semejante acusación Enrique pasó de hacerle entrar en razón, se despidió y con ello dio por finalizada la relación, al menos desde el punto de vista numismático.

Lo que había pasado estaba bastante claro: otra persona le había convencido de que Enrique era un timador (y no lo es, le conozco bien). Para ello, el buen timador sigue una serie de sencillos pasos: dice a la víctima que está siendo timada, y para demostrárselo le hace una primera venta en la que mejora los precios que estaba pagando anteriormente aunque el timador pierda dinero en esa venta. Una vez que la víctima baja la guardia le va haciendo más ventas, subiendo el precio y bajando la calidad paulatinamente y como el timado es bastante novato, no se da cuenta. Al final, al cabo de tres o cuatro ventas después le está vendiendo chatarra a precio de oro.

Esto hace que sea complicado confiar en alguien para un coleccionista principiante, porque habrá gente deseando hacer esta jugada para ganar cuatro duros. Pero claro, si alguien “te abre los ojos” es posible que sea porque te quiere hacer la jugada él mismo. La única solución posible es la de siempre: aprender a valorar uno mismo las monedas, aprender a apreciar la calidad, conocer el mercado, conocer el precio de las cosas y, por supuesto, no perder nunca la capacidad crítica. Esto no quita que también haya gente honrada por el mundo, por supuesto.

A la gente que empieza a coleccionar monedas es complicado hacerles entender que el precio de una moneda varía enormemente dependiendo de en qué mano esté, sobre todo cuando se habla de monedas caras. Voy a ver si lo explico en esta entrada.

Casi todos los días recibo algún correo diciéndome que tienen algunas monedas provenientes de una herencia familiar. En la práctica totalidad de los casos esas monedas resultan ser falsas o no tener ningún valor numismático, pero ha habido algunas excepciones. Uno de ellos era un chico madrileño (llamémosle Enrique) que había heredado varias piezas de la monarquía española de bastante valor. Como siempre es un placer verlas quedé con él y le dije que a mi juicio eran buenas, aunque en algunas de ellas dudaba bastante. Entre las que me parecían buenas estaban una de 10 céntimos de Carlos VII, una de 20 reales y otra de 80 reales de Isabel II, un doble excelente de los Reyes Católicos, dos 8 reales columnarios, dos piezas de ocho escudos de Carlos III y Carlos IV… ya digo que había cositas interesantes.

Ahora viene  la pregunta complicada: ¿Cuánto vale esto? No es fácil de responder puesto que el precio de esas monedas varía enormemente dependiendo de en qué mano esté. En manos de Enrique vale muy poco, primero porque no conoce coleccionistas que pudiesen estar interesados en ellas, por lo que sólo le quedaría la posibilidad de vendérselo a un intermediario, que le pagaría entre un 20 y un 50% menos de lo que sacaría él. Todo esto suponiendo que el intermediario sea una persona honrada y no le venga con la clásica de «son piezas falsas» para comprárselas a precio de plata y de oro aún siendo buenas.

En mis manos (me pongo yo como ejemplo aunque valdría cualquier aficionado) algunas de esas monedas valen más porque conozco  coleccionistas interesados en todas ellas que estarían interesados en comprarlas. No me sería nada difícil vender las baratas a un precio razonable, e incluso podría hacerme responsable de que son buenas porque ya han pasado varias de esos tipos por mis manos y las conozco bien. Ahora bien, yo no soy capaz de dar mi palabra de que un doble excelente de los Reyes Católicos es bueno, no tengo la experiencia suficiente. Así pues, para las piezas más caras me veré obligado a darlas baratas a algunos coleccionistas que sí se vean capaces de reconocer si son buenas o no, o si no me veré obligado a recurrir a un intermediario. No obstante, yo ya sé qué intermediarios son de fiar y cuáles no.

Otro caso sería que esas piezas estuvieran en manos de un profesional que pueda garantizar su autenticidad, que conozca qué coleccionistas estarían interesados en cada una de las piezas e incluso quién estaría dispuesto a pagarle más dinero. En esas manos es donde las monedas realmente valen su precio.

Con este ejemplo supongo que quede claro por qué el precio varía mucho dependiendo de quién posea las monedas. El valor añadido que el vendedor proporciona es fundamentalmente el tener contactos y el proporcionar una confianza a sus compradores que se traduce en una garantía de que las monedas son buenas. Quien compra unas piezas (aunque sean caras) no tiene por qué ser un experto en numismática, y la mayoría de las veces es la confianza que se tiene en el vendedor lo que hace que se compre con confianza.  Yo no entiendo de moneda romana, pero si tuviese que comprar alguna conozco vendedores a los que les compraría piezas a ciegas.

Esta idea está muy relacionada con algunas de las cosas que se ha dicho en el blog. Por ejemplo, por esto mismo no recomiendo que nadie compre monedas caras cuando está empezando, porque perdería mucho dinero a la hora de desprenderse de ellas (él o sus herederos). También se relaciona con que no recomiendo que nadie empiece comprando monedas en eBay, donde la confianza es más bien escasa.

Finalmente, publico aquí un consejo que suelo dar a los dos o tres que resulta que han tenido piezas buenas y caras: «subcontratad esa confianza». La forma de subcontratarla es poniéndose en contacto con alguien que sea capaz de venderlas a buen precio y se lleve un tanto por ciento de la venta. Yo hice de ese rol para unos familiares hace unos años y el que se vea en esa situación y conozca a un aficionado posiblemente sea su mejor opción. En caso de no conocer a nadie la forma de llegar a los coleccionistas finales proporcionándoles garantías es acudir a subastas numismáticas, las cuales tienen unas cargas bastante grandes, pero a priori vendiendo así las monedas se sacará más que dándoselas a un intermediario.

Las imágenes de la entrada están sacadas de la subasta de Aureo del 26 de enero de 2011. Se tratan de medio real, un real, dos reales, cuatro reales y ocho reales acuñados en Potosí bajo el reinado de Carlos II. Se remataron en 70, (desierta), 190, 110 y 180 euros respectivamente.

Muchos de los lectores que me escriben son aficionados principiantes que quieren empezar o acaban de empezar una colección. Es natural, porque a ellos es a quienes va dirigido fundamentalmente el blog. Una de las consultas que más frecuentemente me hacen, si no directamente si a raíz de una pequeña conversación, es cómo enfocar su colección y qué clase/calidad de moneda coleccionar. Yo les digo que hay diferentes tipos de colecciones y que cada cual debería centrarse en aquellas monedas que personalmente le motiven y en un margen de precios razonable que dependerá del tiempo y del dinero que esté dispuesto a dedicar a su colección.

No obstante, hay otra variable que debe influir en el tipo de monedas que se coleccionan y que se nos suele olvidar: el conocimiento del coleccionista. No es lo mismo lo que coleccionaba yo cuando empezaba (o hace año y medio) que lo que colecciono ahora. Algunos pensarán que eso es debido a que ahora sé más cosas, puedo apreciar mejor las calidades, conozco mejor el mercado y me meto en moneda un poquito más seria; antes no era capaz de apreciar esa calidad, así que perdía el tiempo y el dinero coleccionando piezas más baratas. Eso lo pensará mucha gente, pero yo hoy por hoy opino que es preferible empezar por moneda pequeña y poco a poco ir subiendo la calidad. Esto es algo con lo que la mayoría de los profesionales discreparán si se les pregunta, pero hay que tener en cuenta que generalmente con ellos hay un conflicto de intereses y hay que depurar mucho su opinión.

Imaginémonos que Enrique va a empezar una colección de monedas y cuenta para ello con unos 100 euros al mes (realmente da igual la cantidad, la argumentación sería la misma si fuesen 5 euros que si fuesen 2.000). Como a todo hijo de vecino le gustan los duros de plata, así que va a empezar por hacerse con una colección completa de duros de plata y si acaso algunas otras monedas de El Centenario de la Peseta.  Ahora es cuando viene la decisión difícil: cuenta con 100 euros al mes, pero ¿es preferible comprar una moneda en EBC cada dos meses o mejor comprar una o dos monedas en MBC todas las semanas? (se entiende que ya tiene catálogos, que es donde debería gastarse sus primeros euros)

Si se compra una o dos monedas todas las semanas se gastará unos 15/20 euros por cada duro normalito y algo más por las fechas más raras. Al final se habrá gastado unos 700-800 euros y tendrá una colección de duros de El Centenario en calidad normalita (sin meterse en berenjenales como estos y estos), pero todos con estrellas y presentables. Con todo este asunto el bueno de Enrique habrá estado entretenido en torno a un año, se habrá hecho con una colección de duros y seguramente también tenga otras platas y cobres de El Centenario. Si ahora se pusiera a vender esos duros seguramente no le pagarían por ellos más de 500 euros, por lo que se puede decir que Enrique ha perdido dinero, pero tampoco es tanto si consideramos que con ese dinero Enrique ha estado entretenido un año (cualquier hobbie le hubiera salido por un precio semejante) y seguramente haya aprendido a desenvolverse en el mercado de manera que en un futuro pueda ganar dinero o al menos comprar de manera que no pierda pelas. Llegado a este punto lo normal es que Enrique haya pulido su gusto y ya sepa diferenciar bien las calidades de las monedas y los precios que se pagan por ellas. Quizá sea entonces cuando se atreva a comprar duros de calidad y mejorar su colección vendiendo los duros de menor calidad que había comprado inicialmente.

La otra opción es empezar directamente por las piezas buenas, entendiendo que no merece la pena comprar chatarra de plata que tiene muy poco valor numismático. Partiendo de un mismo presupuesto Enrique podría comprar un duro cada dos o tres meses y esperar pacientemente que con el tiempo se tenga una colección más que digna de apreciar por cualquier aficionado. Al finalizar el primer año Enrique sólo tendrá cuatro o cinco piezas, pero estará más que orgulloso de ellas y le parecerán preciosas. Si algún día quiere venderlas seguramente encuentre a quien se las quiera comprar, porque para eso son buenas monedas, pero ¿a qué precio? Ese es el problema: al principio lo normal es no controlar el mercado y es muy difícil apreciar los detalles que hacen que un duro pase de costar 60 a 200 euros (o una peseta de Franco de 250 a 1150 euros). ¡Qué desastre si estamos dos meses pacientemente ahorrando para una moneda por cuatro veces más de lo que vale! Con equivocarse en dos compras (lo cual es muy probable porque está empezando) ya habrá perdido tanto como en un año entero coleccionando moneda más barata.

Por eso mismo mi recomendación (en contra de lo que se suele recomendar) es que al empezar se comience por monedas baratas, para luego aumentar la calidad una vez que el coleccionista se siente cómodo en el mercado. Un principiante dispuesto a dejarse 1.000  euros en una pieza que le guste es carne de cañón para comerciantes y coleccionistas aventajados; se les nota a la legua y acaban pagando carísimo lo que no vale tanto. Por ello, se corre mucho riesgo. Además, se tiene la ventaja de que al principio es más divertido hacerse con monedas cada poco tiempo, clasificarlas, colocarlas, verlas en los catálogos… así es muchísimo más entretenido que estudiarte ciertas series «a pelo» partiendo exclusivamente de manuales. Por contra, se tiene la desventaja de que si se sigue con la afición lo normal es que haya que deshacerse de esas primeras monedas compradas.

Todo lo dicho no quita que una vez que el coleccionista controla el tema y se maneja en el mercado es siempre preferible ir a por calidad que a por cantidad. En mi opinión una buena heurística es que cuando ya se llevan unos años de afición la moneda más barata que se guarde sea el presupuesto mensual dedicado a la numismática. Si se controla un poquito el tema hay que ir a por piezas serias, independientemente de cuántas se tenga.

Las imágenes que ilustran la entrada están tomadas de la próxima subasta de Gemini Numismatic Auctions. Se tratan de un tetradragma de Caria, un as de castulo, 16 Litrai de Hieron II y un dragma de Caria.

De vez en cuando aparecen noticias de que la Guardia Civil o la Policía Nacional han llevado a cabo una gran operación contra una red dedicada a expoliar bienes históricos y traficar con ellos. Sin ir más lejos, no hace mucho que detuvieron a 85 personas por estos motivos. Este tipo de noticias suelen poner nerviosos a algunos coleccionistas que creen que en cualquier momento puede venir la Policía Nacional a su casa a quitar su querida colección, que tanto esfuerzo le ha supuesto. Esto lo estuvimos comentando en el foro de Imperio Numismático y cómo me surgieron algunas dudas al respecto se lo pregunté a unos colegas que trabajan en el juzgado con los que me fui de cañas el otro día.

Que nadie entienda esta entrada como un asesoramiento legal ni nada por el estilo ¿quién soy yo para asesorar legalmente a alguien si no he estudiado leyes en mi vida? Tampoco pretendo ser exhaustivo, ya veis que en la entrada no indico enlaces a leyes concretas ni tampoco apoyo mis argumentos con jurisprudencia ni cosas así. Simplemente quiero hacer una llamada a la tranquilidad y hacer ver que si procedemos de forma legal es difícil que vayamos a salir perjudicados.

Lo primero que hay que decir es que cuando alguien se encuentra un tesoro (ya sea una ánfora llena de aureos romanos o un cobre del siglo XIX todo roñoso) debería entregarlo directamente al ayuntamiento del municipio en el que lo encontró o si no dárselo a patrimonio. Llevárselo a casa es ilegal y comerciar con ello mucho más. Esa moneda que nos acabamos de encontrar pertenece al Estado y quedársela es tanto como robar al Estado. Igualmente, aquél que compre una moneda robada o expoliada y sea consciente de la procedencia ilegal de la misma está cometiendo un delito.

Una vez dicho esto, resulta que hay gente que se gana la vida delinquiendo de diferentes maneras, y una de ellas es expoliando bienes históricos para después introducirlos en el mercado del coleccionismo. Esta gente no se dedica a ir con un detector de metales por el campo para ver qué encuentra, sino que directamente van donde saben que hay material y expolian excavaciones enteras. Luego tienen sus expertos para tasar las piezas, retocarlas e introducirlas en el mercado. Son redes organizadas que no son fáciles de tumbar y que se las investiga mediante escuchas y demás. Vamos, que la policía sabe a por lo que va.

El problema puede aparecer cuando un coleccionista honrado (llamémosle Enrique) ha comprado monedas expoliadas a un comerciante que está metido en una trama de éstas o que no es consciente de la procedencia ilegal de las monedas. Podría darse el caso de que Enrique aparezca como un cliente habitual de uno de los comerciantes metidos en la trama, en cuyo caso la policía va a intentar recuperar las monedas que ha comprado Enrique porque son propiedad del Estado. Así pues, un buen día se presentarían en la casa de Enrique un secretario judicial junto con varios policías con la finalidad de llevarse las monedas de Enrique.

Lo primero que debe hacer Enrique en esa situación es pedir que le enseñen el auto de registro firmado por el juez de instrucción. Sin ese auto no pueden entrar en casa de Enrique, así que es importante que lo tengan. A partir de ahí lo mejor que puede hacer Enrique es colaborar con la policía y con el secretario judicial y decirles dónde guarda todas y cada una de las monedas de su colección. Si hay dinero suficiente en la instrucción el secretario judicial irá acompañado de un perito técnico que entiende de numismática y conoce las piezas a por las que van. Es decir, que es una persona que sabe qué pinta tienen las monedas que están buscando (es decir, que si están buscando sestercios imperiales sabe diferenciar un sestercio de un tetradragma). Si no va el perito especializado lo más probable es que el secretario judicial directamente se lleve toda la colección de monedas y ya se encargarán en el juzgado de identificarlas.

Por eso mismo es importante que Enrique colabore con ellos y no les hagamos perder el tiempo poniéndonos bordes. Si el secretario judicial ve que va de buenas y que Enrique no tiene nada que esconder entonces puede acceder a no llevarse monedas que es evidente que no son las que están buscando. Por ejemplo, si buscan moneda romana, Enrique le podría convencer de que no se lleve su colección de Franco porque aunque no entienda de numismática le puede parecer evidente que esas no son piezas romanas. El secretario judicial no tiene por qué hacer ningún caso y puede indicar muy educadamente que su ignorancia es tal que no es capaz de distinguir un denario republicano de un euro alemán, así que se lleva todo y punto. Igualmente, Enrique podría pedir al policía encargado de realizar las fotografías que fotografíe ciertas piezas concretas, que son las que más valor tienen y así se asegura de que aunque se las lleven siempre puede demostrar que eran suyas. De igual modo, no tienen por qué hacer caso y pueden decir simplemente que en el juzgado hay una cadena de custodia de los bienes incautados que asegura su integridad, y que con hacer tres fotos y poner en la descripción de lo incautado «Caja con 5 álbumes de monedas» ya es suficiente. Recemos en ese caso para que a nadie se le ocurra «cambiarnos» alguna moneda.

Una vez que se han llevado la preciosa colección de Enrique queda esperar a que un perito especializado las tase y determine cuáles han sido expoliadas y cuáles no. Las expoliadas serán prueba en el juicio y luego pasarán a propiedad estatal, el resto se devolverán a Enrique. El tiempo que tarde en aparecer un perito especializado y llevar a cabo el juicio es muy variable; si hay suerte en pocos meses puede que Enrique ya tenga sus monedas consigo, si no hay suerte pueden pasar ocho o diez años perfectamente. Por último, es probable que se llame a Enrique como testigo en el juicio contra la trama.

Vuelvo a insistir en que Enrique no volverá a tener en propiedad las monedas expoliadas, porque aunque se le considere como un tercero que las ha comprado de buena fe, realmente son propiedad del Estado. Lo único que podría hacer Enrique sería denunciar al comerciante por estafa, pero como para entonces lo más probable es que el comerciante se haya declarado insolvente, pues a Enrique le va a dar igual.

Toda esto sería lo normal que ocurriría en el caso de que Enrique no tuviese ningún cargo. Los cargos contra Enrique se presentarían si hay sospechas de que realmente él era consciente de la procedencia ilegal de las piezas; eso se puede sospechar si hay alguna escucha que así lo indica o si resulta que todas (o una grandísima parte) de las monedas de la colección de Enrique son expoliadas. En ese caso, además de confiscar las monedas, la policía le pedirá a Enrique que le acompañe porque está detenido. Le dejarán unas horas en el calabozo y después le interrogará el juez de instrucción, quien decidirá si le deja en libertad con o sin cargos. A partir de ese punto lo mejor es buscarse un buen abogado y tener todas las facturas de las monedas que hayamos comprado.

Finalmente, algunos consejos que pueden ayudarnos a no tener problemas de este estilo. Ya veis que son de sentido común y nada complejos:

– Comprar monedas en casas de subastas públicas.

– No comprar monedas a un solo comerciante, comprar a varios y si puede ser que sean gente solvente.

– Al comprar moneda cara, pedir facturas y guardarlas.

– No comprar monedas que no conozcamos bien.

Las monedas de las imágenes están tomadas de la última subasta de Numismática Genevensis (que ya comentó Darío). Se tratan de un estátero de Ione, un denario de Augusto, un sestercio de Augusto y un sestercio de Galba. ¡Quién las cazara!

Ya hace algunos meses que comentamos un caso en el que alguien (previsiblemente un chaval de unos 18 años o así) intentaba sacar pelas de la numismática sin saber ni por dónde le daba el aire. Hoy traigo otro caso del que se enteró hace poco Enrique, y aunque el protagonista es más espabilado que el de la anterior entrada, su perfil es parecido y a mi entender comete ciertos errores que no está de más analizar. Seguramente venga bien la entrada para todos aquellos que intentan hacer sus primeros pinitos en la compra/venta de monedas y están un poco ansiosos por sacarse unas perrillas.

Nuestro amigo en cuestión (llamémosle Pepito) compró el 11 de septiembre de este año una peseta de 1947*50 por eBay a un vendedor con el que Enrique ya había hecho algún trato. La moneda en cuestión es la que ilustra la entrada (fotos sacadas de la venta del 11 de septiembre en eBay) y como la vio brillante Pepito la estimó en EBC y aunque no sabía muy bien su precio, pujó por ella y se la llevó por 41,50 euros más gastos de envío.

Posteriormente, Pepito buscó a alguien que le pudiera asesorar en el precio de la moneda, y no fue otro que a Enrique. Tras preparar el terreno echándole un par de piropos y endulzar el mail, le preguntó directamente cuánto pagaría por esa moneda sin decirle cuánto había pagado él por ella; pero resulta que Enrique  ya se conoce el truco de que «primero te hago creer que eres listo y guapo para luego hacer de ti lo que quiera», así que no picó e invitó a Pepito a leer esta entrada. La contestación no le sentó muy bien a Pepito y así se lo hizo saber a Enrique, pero tras unos días volvió a insistir para que Enrique le hiciera una tasación de la moneda. Enrique, para dejarle tranquilo, y sin saber por aquél entonces el precio de compra de la moneda, le dijo que si alguien le pagaba 30 euros se la vendiese, que es buen precio. Evidentemente, ese precio es irreal, como cualquier precio que diga alguien que no se moje, pero con ello ya se quedaba contento Pepito y dejaba de dar la vara.

Lo más sorprendente vino después, y es que Enrique ve esa moneda anunciada en el foro de Imperio Numismático diciendo que se escuchan ofertas por ella. Un par de aficionados principiantes a la numismática dicen que está muy bien y va Pepito y dice que estaría dispuesto a cambiarla por una pieza de oro de Alfonso XII o de Isabel II. ¡Toma ya! Enrique ya no daba crédito a sus ojos, así que le manda un mensaje a Pepito llamándole atracador, lo cual, encima, parece que sentó mal a Pepito.

Afortunadamente nadie cayó en su trampa, así que al cabo de unos días va Pepito y dice que a quien quiera se la deja en 105 euros. Sigue sin contestar nadie. Al cabo de una semana o así vuelve a anunciar que está de súper-oferta y la dejaría por 75 euros. Sigue sin quererla nadie. Quince días más tarde quita Pepito la moneda del foro y la pone en eBay por 59 euros. El viernes pasado acabó la subasta desierta y la ha vuelto a poner por un precio de salida de 49 euros, creyéndome yo que raro será que la venda.

Hasta aquí la historia. Vamos a ver si sacamos algunas conclusiones:

El primer error es tirarse a la piscina intentando sacar dinero sin conocer bien el mercado. Está claro que todos nos hemos arriesgado alguna vez en las monedas que no conocemos demasiado bien y que aunque perdamos pelas siempre sacamos una lección aprendida, pero si uno no es capaz de distinguir una pieza en EBC de una en MBC- limpiada, mejor que espere para hacer negocios.

– Lo segundo es pedir asesoramiento después de haberte tirado a la piscina.  Primero uno se entera y después actúa, es mucho más fácil de acertar así.

– Lo tercero es que pedir asesoramiento gratuito y que te siente mal si no te lo dan. El conocimiento tiene un precio, y se paga; vale que yo, y mucha otra gente, demos muchas veces gratis lo poco que sabemos, pero eso no significa que lo vayamos a hacer siempre y a cualquiera que nos venga. Sería competencia desleal hacia los profesionales. Como se suele decir «contra el vicio de pedir la virtud de no dar», y el que quiera que lo entienda.

– Lo cuarto, y lo más grave de todo, es intentar  remediar un error atracando a quien sepa menos que tú, intentando vender una moneda por 20 veces más de lo que vale. Eso sólo tiene un nombre y es ser un timador. Y, como siempre, el que actúa de malas maneras suele acabar mal; ahora estoy seguro de que ningún forero de Imperio Numismático que tenga algo de idea comprará nunca a Pepito nada.

– Lo quinto, y ya es el remate, es la poca seriedad que se proporciona: empezamos proponiendo un cambio de una moneda por un oro de Alfonso XII o de Isabel II y acabamos ofreciéndola por 49 euros. ¿Pero esto qué es? ¿Las rebajas de El Corte Inglés? Cualquiera que vea eso, aunque no tenga ni idea de numismática, se dará cuenta de que esta persona lo único que intenta es timar al personal.

Con todo esto lo que quiero decir es que mal empezamos si en la primera venta intentamos estafar a la gente. Generalmente un aficionado que compra y vende monedas suele jugar con la volatilidad (y más) del precio de las piezas y suele sacar un 15-20% de cada transacción si son monedas más o menos baratas. ¡No un 500%! Eso es una exageración. Los profesionales suelen jugar con márgenes más grandes, pero evidentemente no llegan a esos porcentajes ni de lejos.

Como siempre la paciencia es importante, y es preferible ir haciendo compras y ventas en las que se gane poco dinero (a veces incluso nada) con tal de ir aprendiendo e irse forjando una serie de contactos que confíen en ti. Alguien que te compra una moneda y queda satisfecho estará dispuesto a volverte a comprar, o quizá se lo comente a un amigo; en cambio por cada persona que times perderás al menos un contacto, y si timas a cinco personas seguidas será difícil que vuelvas a vender nada.

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