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Todo coleccionista sueña con tener la mejor colección que jamás haya existido, una colección totalmente irrepetible que será recordada y admirada durante siglos. Evidentemente, colecciones de esas características hay muy pocas, pero las hay, y los coleccionistas las miran con cierta envidia y piensan eso de: «¡Cómo se nota que tienen dinero!». El dinero. ¡Ay el dinero! ¡La de vidas que ha arruinado y la de familias que ha desestructurado Don Dinero! Pero el dinero no lo es todo en la vida ni tampoco en el coleccionismo. ¿No me creéis? Pues vamos a echar un vistazo a cómo se forjó la que, en mi opinión, es la mejor colección jamás reunida: la colección del Museo del Prado.
Para el que no lo sepa, el Museo del Prado cuenta, sin duda alguna, con la mejor colección de pintura española jamás reunida, destacando una espectacular muestra de pintura del Siglo de Oro. Por si fuera poco hay auténticas joyas italianas, francesas, holandesas y alemanas. Podría asegurar, sin temor a equivocarme, que en El Prado está la mejor colección de Velázquez, Goya, Ribera, Rubens, El Greco, del Bosco y los Madrazo. Las Obras Maestras (con mayúsculas) se cuentan por decenas.
Vale, pues ahora decid al millonario más millonario del mundo cómo puede hacer para tener una colección de pintura que supere en calidad a la de El Prado (y no vale decir que utilice su poder para hundir el IBEX 35 y luego prometa rescatar a España a cambio de su patrimonio histórico, que en los tiempos que corren no sería un chiste de mucho agrado). Bueno, pues efectivamente, es imposible que una persona a lo largo de su vida sea capaz de juntar semejante colección aún incluso si contase con una fuente ilimitada de dinero. Y no os penséis que El Prado contó con ventaja por ser una colección de propiedad estatal: al igual que todas las colecciones tuvo que empezar por un primer ejemplar al que se le unió un segundo, luego un tercero…
Esos primero cuadros se trataban de pinturas flamencas que, allá por el siglo XV, compraron los Reyes Católicos y así empezaron la Colección Real (que posteriormente Pepe Botella metería en un museo y allí quedó). ¡El siglo XV! ¡Estamos hablando de más de 500 años atesorando cuadros! Ese es otro de los ingredientes necesarios para hacer que la colección sea tal y como es: el tiempo. No sólo hay que disponer de dinero, sino también considerar la colección como un logro a largo plazo, algo que se consigue a base de esmero y paciencia. Si bien sería imposible hacerse con una colección de tal calibre en las décadas que nos queden de vida, quizá sí que sea razonable pensar que con el dinero suficiente nuestros descendientes puedan hacer una gran colección a cinco siglos vista.
Pero aún faltan algunos ingredientes. De todos los que quedan el más importante es tener gusto. Lo mejor no tiene por qué ser lo más caro, y menos aún en arte. Hoy en dia es muy fácil decir quiénes son los grandes artísticas del siglo XVII, pero si tuviésemos que contratar a un retratista no sería fácil escoger a aquél que dentro de cuatro siglos seguirá siendo recordado. En ese aspecto la realeza española acertó de lleno: Carlos V contrató a Tiziano, Felipe II a Antonio Moro, Felipe IV a Velázquez y a Rubens, Carlos IV a Goya… ¡¡menuda selección!!. Igualmente, cuando fueron a comprar cuadros, tanto de sus artistas contemporáneos como de los que para su época eran ya clásicos, siempre buscaron adquirir grandes obras y buenas firmas.
Cada vez que comparo esa actitud con las tonterías que compra hoy en día el Reina Sofía (derrochando dinero público) me pongo de mal humor. Comprando estupideces como adquiere ese museo jamás tendrá una buena colección de pintura del siglo XXI, y no será por falta de fondos, sino por falta de gusto.
Por último, quisiera hacer ver que un esfuerzo paciente durante siglos se va al traste si una sola generación no lo respeta. La Colección Real, y posteriormente la Colección del Museo del Prado, tuvo sus malas rachas: hubo épocas en las que apenas creció y otras en las que su misma existencia estuvo en peligro. No obstante, sus propietarios (tanto la realeza como el pueblo español) supieron admirarla, respetarla y se preocuparon por mantener la colección intacta. Que yo sepa ningún rey español ha vendido nunca un cuadro de su colección, por lo que durante las malas épocas la colección no crecía, pero tampoco disminuía.
Pero cuando más peligro corrió la colección no fue cuando estaba en manos de reyes, sino durante la Guerra Civil. En el año 1936 la Segunda República trasladó las obras fuera de Madrid y en 1939, con la guerra perdida, se creó un comité encargado de llevarlas a Ginebra para que después se devolviesen al bando vencedor. Vemos que el pueblo español, aún en sus peores momentos, se acordó de la Colección de El Prado, la tomó como propia y la puso a salvo. No creáis que es algo que se hace siempre, pues no son pocas las ocasiones en las que se han cometido auténticos crímenes artísticos e históricos fruto de no valorar lo que se tiene. Quizá el ejemplo más evidente sea la quema de la Biblioteca de Alejandría.
Con esto he querido ilustrar que una buena colección no se hace sólo a base de dinero, hacen falta más cosas que no se pueden comprar. Todas las referencias a la Colección del Museo del Prado las he tomado de La Guía del Prado, editada por el propio museo y cuyo autor principal es Alberto Pancorbo. También he tirado de mi propia memoria, porque a El Prado voy un par de veces al año y casi sé decir qué cuadros se encuentran en cada sala.
La sonrisa más célebre de la historia de la pintura es, sin duda alguna La Gioconda, también conocida como La Mona Lisa. El cuadro, como todos sabéis, fue pintado por Leonardo da Vinci y está expuesto en el museo del Louvre. La calidad técnica del cuadro es de la máxima calidad, el paisaje y las manos de la dama son una delicia, pero La Gioconda no sería la misma si no fuese por su sonrisa.
La gracia es que al ver el cuadro no se sabe bien si realmente está sonriendo o no, y si sonríe no se sabe si presenta alegría o amargura. Dicen los expertos que esto se consigue a base de un juego de claroscuros que generan una ilusión óptica que hace que veamos mejor la sonrisa con la parte periférica de nuestro ojo, es decir, cuando no nos fijamos en ella. La siguiente foto está obtenida de Wikipedia.
No es tan fácil elegir la sonrisa más célebre del cine, pero por mi parte lo tengo claro: está en la última escena de «Some like it hot» («Con faldas y a lo loco», en castellano). La película, también por todos conocida, es una excelente obra maestra de Billy Wilder y cuenta con tres actores de primerísimo nivel: la súper sexy Marilyn Monroe y la pareja de oro Tony Curtis y Jack Lemmon.
No obstante, la sonrisa la realiza un actor casi desconocido, J. E. Brown, al decir la mítica frase de «Nobody is perfect«. La sonrisa esbozada en el último fotograma de la película enmarca la escena perfectamente y la dota de un significado totalmente diferente a si esa sonrisa no existiese. De hecho, yo diría que el personaje de Osgood (el que sonríe) se transforma en los últimos dos segundos de la película, pasando de ser un viejo timado a un degenerado sexual. La siguiente imagen está tomada de aquí.
Todavía me tengo que mojar más para indicar la mejor sonrisa de la numismática, pero para mí no hay duda: la posee Atenea. Los búhos de Atenea son unas piezas míticas donde las haya que se acuñaron en Atenas desde el Siglo V antes de Cristo hasta el Siglo I. De acuñaron monedas de diferentes tipos, pero sobre todo tetradragmas, como los que se presentan aquí, sacados todos ellos de la subasta del 24 de junio de 2010 en Cayón.
A la cuestión histórica que conllevan estas monedas se la podrá dedicar otra entrada, ahora sólo quiero indicar el aspecto artístico. La moneda se acuñó con gran relieve y un realismo soberbio, representando en un solo rostro la belleza y la firmeza de Atenas. Atenea está decorada con pendientes y collar de perlas para mostrar la riqueza de la que gozaba la ciudad, así como con un casco empenachado, símbolo de la victoria en la batalla de Maratón. Por último, la sonrisa de Atenea dota de felicidad a toda la moneda, felicidad de la que gozaban los griegos en aquellas épocas.
En el reverso se observa un búho también en relieve. El búho era el animal de Atenea, en el que solía transformarse. Por otro lado, suelen aparecer diversas leyendas que cambian según la época en la que se acuñase la moneda y también ramas de olivo, otro de los símbolos de Atenea y de la ciudad de Atenas. Según la leyenda Atenea hizo brotar un olivo en el Partenón durante una contienda; además, la exportación de aceite era uno de las fuentes de ingresos de los antiguos atenienses. Por último, aparece una luna al lado del búho, de nuevo símbolo de la batalla de Maratón.
Casi nada, ¡cuánto significado en una moneda de plata de 2,5 centímetros!!!