Hace unos meses una vecina se puso en contacto con Enrique porque tenía un duro de plata de Amadeo I. Se quería hacer con él un llavero y quería que lo viese antes Enrique por si acaso valía mucho.  Enrique lo examinó y para su sorpresa… ¡¡se trataba del duro 1871 (18-73)!!.

Tras la emoción inicial de que aquello pudiera ser cierto, Enrique se pasó por este blog para comprobar si la forma del 3 era exactamente igual a la que hace poco menos de un año había descrito Adolfo. Se parecían mucho; mucho mucho. Tanto que Enrique no podía ver diferencias significativas. Ante tal situación más de un chollero lo que hubiera hecho sería haber pegado el cambiazo a la vecina: ya que la mujer ni siquiera sabía que en una moneda hay estrellas, con darle un duro de 1871 (18-71) para que se haga el llavero hubiese servido. Pero Enrique es un tipo muy honrado… y se pasó de honrado: le dijo a la vecina que aquél duro podía ser valioso, le explicó lo que eran las estrellas y los numeritos que aparecen en ellas y que hacía falta que lo viese un profesional para autenticarlo. En definitiva, cayó en el error de regalar lo que sabía.

Ante tal situación la vecina le dijo que autenticase la moneda y en caso de ser buena acordaron un precio. No voy a decir la suma, pero aseguro que es más de lo que yo pagaría (hoy por hoy) por ese duro en una subasta pública. Vamos, que estaba muy muy bien pagado; rondando el doble de la mejor oferta que podría encontrar la señora con un profesional.

Así pues, se fue Enrique con el duro a autenticarlo y lo vio un profesional de su ciudad, quien, previo pago, le aseguró que el duro era auténtico. Se fue contento a casa Enrique y cuando se lo dijo a su vecina, resulta que ésta sacó la zorra que llevaba dentro y dijo que el duro era de su padre y que visto que podría valer dinero preferían no venderlo. ¿Os podéis imaginar el cabreo de Enrique? Exactamente el mismo que tuvo en esta otra situación, y ambas veces por haber cometido el mismo error.

Cuando pasó esto se volvió a poner Enrique en contacto conmigo y me contó la historia. Yo le dije que tranquilo, que la señora volvería porque no iba a encontrar una oferta semejante ni aunque dedicase 1000 horas a la venta. Y efectivamente: volvió. Le dijo que claro, que es que su padre… que si resulta que… y se le escapó eso de que «además ahora no tengo tiempo para buscar compradores». Claro, como que no hubieses ido a hablar con gente que te ofrecían 10 veces menos que Enrique.

Pero para entonces Enrique ya estaba preparado. Una alternativa a seguir hubiese sido abrir la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y decirle bien claro que se podía meter el duro por el culo. Pero Enrique fue más pragmático y, poniendo la escusa de se había gastado el dinero que tenía reservado para el duro, resulta que ahora su oferta era considerablemente menor: un poquito por encima de lo que él estimaba que sería la mejor oferta que un profesional iba a hacer por ese ejemplar. Que, por cierto, es el ejemplar de las fotos y ahora descansa en la colección de Enrique.