Cada vez que Enrique queda con alguien que ha conocido por Internet se echa a temblar, porque ya se ha topado con un montón de gente extraña. Uno de los más raros se lo topó en su propia ciudad al quedar con él para comprarle unas monedas.

Enrique compró un lote de monedas de plata por eBay a un tipo que no tenía ningún voto. Eso siempre es un riesgo, pero como resulta que vivía en su misma ciudad, Enrique podría quedar personalmente con él y comprarle las monedas en mano, de forma que si eran falsas se lo podría demostrar in-situ y no las compraría. Nada más verle, el hombre ya le dio mala impresión porque hablaba de una forma muy extraña, se definía como «vasco, muy vasco» (esto fuera del País Vasco) y llevaba un reloj de plástico con la bandera de España.

Fueron a casa del vasco, mientras le contaba que a él le gustaría vivir en Irún y cerca del mar, y que en esas tierras él estaba asqueado, pero que su mujer no accedía. Enrique flipaba de que le estuviera contando su vida y sus penas un tipo al que acababa de conocer. Llegaron a su casa y allí le enseña las monedas, que efectivamente eran de plata, y le indica su procedencia: un tío de su mujer acababa de morir y esas piezas estaban en su casa. «Lo siento», le dijo Enrique, a lo que respondió: «Nada, si era un tío más raro que la leche». A todo esto, resulta que en el salón tenían un marco de tamaño considerable con la foto del Ayatolá Jomeini. Enrique estaba alucinando.

Fuente de la foto:La guía 2000

Luego el vasco saca una bolsita de monedas y se las da a Enrique, diciéndole: «supongo que no valgan para nada, pero allí las tenía ese tío, te las puedes quedar». Enrique le dio las gracias y, ya quería salir de allí pitando, pero el hombre le dijo que se esperase y le sacó varios álbumes llenos de monedas de 10 céntimos de Franco circuladas. «¿Qué clase de subnormal colecciona esto?», añadió el vasco mientras se las entregaba. A todo esto, aparece la mujer con un hermano suyo, que venían de buscar una lápida para su tío. Empiezan a hablar y resulta que, al vasco y a su mujer, el viejo al que llamaban «subnormal» no sólo les había dejado unas monedas de plata, sino también una casa en un pueblo y un piso en Santander, algo por lo que el pobre hombre merecería un poquito más de respeto. Pero no: para el recién fallecido sólo había insultos porque debía estar enfermo y compraba y almacenaba cosas absurdas, «como cinco lectores de DVD, ¿¡A quién se le ocurre!?». Y un lector de DVD que dieron a Enrique, además de las monedas, los álbumes y unas botellas de licor.

Cundo pudo marcharse, Enrique se puso su pañuelo palestino a modo de bufanda y cuando le vio el vasco dijo: «¡ah! ¡eres pro-islamista!». ¡Madre mía!, esto ya era lo que le quedaba por oir a Enrique. Le dijo que no, y el vasco se quedó como triste, por lo que Enrique añadió que no tiene nada en contra del mundo del islam y que le resulta una cultura muy interesante, pero no por ello se considera pro-islamista. A ello que el vasco le coje por la muñeca, le vuelve a llevar al salón y le enseña el cuadro del Ayatolá Jomeini diciéndole: «mira, está dedicado«. Enrique alucinaba en colores y el vasco aprovechó para contarle que había estado en Irán durante la revolución islámica y lo mucho que apreciaba al ayatolá. «Tengo una caja con un montón de recuerdos de la revolución islámica, pero mi mujer no me deja ponerlos en casa, sólo puedo poner el póster de Jomeini«, concluyó.

Pues eso.